Ilustraciones Surrealistas de la Subcultura Obscura/ Dark Culture

Asesino Serial: El MataIndigentes (Guadalajara, México)

Serial Killer: El Mataindigentes:

Investigación por Hugo Darkness, sólo complementada en algunos puntos

Osvaldo Ramírez
Alias: El Mataindigentes, El Maniático 7.65

Lugar y fecha de los asesinatos: Guadalajara, Jalisco 1989
Seña particular: Cojo
Víctimas: Hombres Indigentes y un estafador
Modus Operandi: Asesino con Arma de fuego;  Asesino de un tiro en la Sien con una pistola calibre 7.65 a sus victimas mientras dormían en las calles, despues huìa en un automóvil Volkswagen blanco.
Total de Víctimas: Entre 12 y 14 asesinatos

Captura y condena: Se arresto en diferentes ocasiones a varios posibles culpables (Orlando Ramirez, Moises Cabello Cabrera, Mario Perez, Jorge Figueroa), mismos que fueron liberados por falta de pruebas, hasta dar con Osvaldo que no tenía antecedentes penales. Una teoría muy difundida es que Osvaldo Ramírez NO fue en realidad el Mataindigentes sino que fue un chivo expiatorio para calmar a medios y sociedad de los asesinatos que no podían ser resueltos.

Informe final: Actualmente el caso se encuentra cerrado

BIOGRAFIA

Enero de 1989. La ciudad de Guadalajara, Jalisco (México) vivía un invierno frío. No existían aún los albergues públicos que se implementarían más de una década después. La crisis económica que desde siete años antes se vivía en México se reflejaba en el gran número de mendigos, niños de la calle y personas sin hogar que vagaban por las aceras de la enorme ciudad, la segunda más grande del país..
Una mañana un hombre desconocido que odiaba a los vagos de aquella ciudad tomó la decisión de eliminarlos. Desde varios años atrás le gustaban las armas. Poseía una en especial, que consideró la más adecuada para llevar a cabo su labor, para ejecutar el trabajo de un Ángel Exterminador que limpiaría las calles de Guadalajara. Se vistió adecuadamente, con ropa negra y una gabardina del mismo color; algunos afirmarían inclusive que portaba un sombrero y que utilizaba un bastón, pues cojeaba. Tomó su pistola, una calibre 7.65 de origen italiano, la cual había dejado de fabricarse años atrás y cuyas balas eran producidas únicamente por Remington y Winchester. Una pistola de colección destinada a cumplir una misión redentora. Subió a su auto, un Volkswagen sedán color blanco, y se dirigió a iniciar su cruzada.

Su primera víctima dormía en la banqueta, acurrucado a causa del frío. El asesino apuntó con cuidado y disparó una sola vez. La bala le atravesó la cabeza al hombre, un pordiosero de alrededor de sesenta años. Luego se alejó sin prisa alguna, dejando el casquillo de la bala en el suelo, a propósito: era su firma. Había atacado en uno de los barrios bajos de Guadalajara. Cuando la policía encontró el cuerpo, no le dio mayor importancia; la muerte de un indigente, aunque hubiera sido ejecutado, a nadie le interesaba.

El segundo murió días después en circunstancias similares; apareció muerto en otra banqueta, con el disparo en la cabeza y el casquillo a un lado. La policía se dio cuenta de que se trataba del mismo calibre y que además era un arma extraña, de colección. Pero rastrearla era una labor ardua. El gobierno no destinaría recursos a una investigación en la cual las víctimas eran los mendigos de la ciudad, los ciudadanos de quinta clase.

El tercer indigente fue ejecutado poco después. Moría uno cada dos semanas, en promedio. La similitud de los crímenes trascendió a la prensa, quien de inmediato publicó la sensacional noticia: un asesino en serie asolaba Guadalajara. Lo bautizaron de inmediato: “El Mataindigentes”.

Febrero y marzo trajo nuevas víctimas. El quinto asesinato se cometió en el Sector Libertad, con el disparo certero en la región occipital. Era obvio que se trataba de un tirador profesional, un policía o un militar. El sexto asesinato lo cometió a plena luz del día y en una de las calles más transitadas de Guadalajara. Algunos testigos escucharon el disparo y vieron un Volkswagen color azul que se alejaba de la escena del crimen; unos más afirmaban que el auto era blanco. Otros dieron la descripción de las ropas del hombre, aunque nadie pudo ver su rostro.

“El Mataindigentes” aceleró su ritmo; en una misma semana, ejecutó a tres pordioseros más. Los periódicos vendían más ejemplares y los noticieros locales lanzaban hipótesis sobre los acontecimientos. Psicólogos y psiquiatras opinaban sobre el perfil del asesino. La policía no tenía pistas reales, pero decían que sí, que estaban cerca de atraparlo. Entonces hubo otro ataque: un desconocido le disparó a un joven que ni siquiera parecía indigente, por la espalda, a la altura de las vértebras cervicales. La policía se lo achacó a “El Mataindigentes”, con tal de poder hallar un responsable.

La novena víctima del verdadero asesino fue un personaje célebre en los anales criminales de México. Se trataba de Vicente Hernández Alexandre, a quien se le había dado el sobrenombre de “El Raffles Mexicano”. Se trataba de un ladrón de guante blanco, de la vieja escuela, un tipo cosmopolita, un hombre de mundo que había dedicado su existencia a la alta estafa y a despojar de sus bienes a los ricos y famosos, con astucia y estilo. Hablaba varios idiomas, había viajado por todo el mundo y era un notable fotógrafo. Admirado por policías y criminales, se había vuelto un mito viviente. Sus “trabajos” eran limpios, sin armas, sin violencia, sin forzar puertas o cerraduras y sin dejar huellas. Cuando fue arrestado, los medios se disputaban las entrevistas con él. Una de sus reglas era jamás lastimar a nadie, y había cumplido ese precepto a cabalidad: sus delitos nunca cobraron una vida, ni usó la violencia.

Al salir de la cárcel, se encontró al descubierto: no podía regresar a los círculos que antes frecuentaba. Fue envejeciendo solo, hasta quedar en la miseria. Cargaba un maletín roto, lleno de viejos recortes de prensa que hablaban de sus hazañas; se los mostraba a la gente en la calle y explotaba su añeja fama a cambio de unas monedas para poder comer; él, que había tenido joyas, casas, autos, hermosas mujeres y millones en cuentas bancarias. El ocho de marzo de 1989, “El Mataindigentes” encontró al famoso ladrón en un callejón, durmiendo, abrazando, como siempre, su ajado portafolio. Ni siquiera sabía de quién se trataba. Lo ejecutó como a los demás y después se marchó. Fue su último crimen. La noticia de la muerte de “El Raffles Mexicano” indignó a la prensa como no los había indignado su vejez miserable. Exigieron el esclarecimiento del caso. El escándalo llegó a los altos niveles de las esferas políticas y tuvo eco en la Ciudad de México.
Quince días después, un elegante anciano de setenta y siete años de edad, que se dedicaba a hacer obras de caridad, fue ejecutado en la calle de un tiro en la espalda. La policía se lo atribuyó a “El Mataindigentes”, aunque la realidad es que no tenía nada que ver con su modus operandi. Pero el pánico se empezaba a apoderar de la ciudadanía. La policía patrullaba constantemente la zona donde habían ocurrido los asesinatos.

Comenzaron entonces los arrestos en falso. El Procurador General de Jalisco, Guillermo Reyes Robles, y el Jefe de la Policía Judicial, Héctor Córdoba Bermúdez, se lanzaron a buscar un falso culpable. Varios fueron los aprehendidos por error, entre ellos Salvador Reyes Partida, de cuarenta años de edad.
Otro fue Moisés Cabello Cabrera, de treinta y cinco años, a quien forzaron a firmar una declaración de culpabilidad, de la cual luego se retractó; y Jorge Figueroa, a quien no pudieron comprobarle nada. Cada vez anunciaban que habían capturado al multihomicida, y cada vez tenían que retractarse.

Investigaron en los hoteles de mala muerte que pululaban por allí y en uno de ellos encontraron a un empleado, que les dio pistas sobre un hombre que poseía un Volkswagen azul y se hospedaba allí. “Era un tipo extraño, en una ocasión lo sorprendí escuchando en la radio las noticias sobre ‘El Mataindigentes’. Parecía que le causaban mucha gracia, porque estaba risa y risa. Tenía mal una pierna, no caminaba bien”, afirmó ante los agentes.

Montaron guardia; siete días después, un hombre que respondía a la descripción dada por el empleado apareció por allí. Se trataba de Osvaldo Ramírez, de treinta y nueve años de edad. No tenía antecedentes penales.
Después de que lo interrogaron largo y tendido, confesó que había matado a su amante, un homosexual que deseaba abandonarlo. Pero no dijo nada sobre los otros asesinatos. La policía declaró que habían capturado al asesino y la prensa dio la noticia. La gente aceptó aquello sin problemas.

Consulta el Menú Guia Negra>Asesinos para encontrar todos los links permanentes de los Asesinos que se vayan posteando en este site: Asesinos-Killers

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5 responses

  1. chacha

    le eh dedicado una cancion pero no al presunto asesino si no a los malditos policias que hasta el dia de hoy cruzan las calles encarcelando gente inoscente con la simple justificacion de presunto culpable ellos merecen la muerte no los indigentes.

    May 13, 2013 at 5:56 pm

  2. MOONCHILD

    Muy interesante el artículo, pero valdría la pena revisar detenidamente la ortografía antes de publicar los textos… creo que en lugar de asesino debía decir “asesinó” y en vez de arresto, “arrestó.”

    ¡Saludos!

    January 10, 2012 at 9:03 pm

    • lo reviso, seguramente al checarlo se me fueron algunos acentos siempre me pasa cuando escribo de la mac que son más complicados los acentos por el teclado pero mil gracias por que a fin de cuentas si importa..aunque me tarde más je

      January 10, 2012 at 9:20 pm

  3. seth muñoz

    interesante

    January 8, 2012 at 3:19 pm

  4. MAR_OSCURA

    WOOORALES! LO MAS ESCALOFRIANTE. ES LA INDIFERENCIA DE LAS AUTORIDDES Y DE LAS PERSONAS POR EL TIPO DE VICTIMAS. COMO SEA
    DALUDOS DESDE LA OSCURIDAD

    January 8, 2012 at 12:00 pm

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